Ramiro y Julita ACTO I ESCENA I

ACTO I ESCENA I

A William, a quien nunca conocí…
PERSONAJES
RAMIRO
MONTEIRO, su padre
SEÑORA MONTEIRO
BRUNO, sobrino de Monteiro
ABRAHAN, amigo de los Monteiro
BALTASAR, amigo de Ramiro
JULITA
CAPELETE, su padre
SEÑORA CAPELETE
TELMO, sobrino de Capelete
AVOA
SAMUEL, amigo de los Capelete
GREGORIO, amigo de los Capelete
PARIENTE DE CAPELETE
COCINERO de los Capelete.
ALCALDE de Santiago (Basilio Camuñas)
PEDRO CAMUÑAS, hijo del Alcalde
MARCELINO, sobrino del Alcalde y amigo de Ramiro
GUARDAESPALDAS de Pedro Camuñas
POLICÍAS
FRAY LEANDRO
PEPIÑO
“EL LOLO”
CRIADOS, POLICÍAS, CIUDADANOS, AMIGO


PROLOGO I

(Entra el PRESENTADOR)

En Santiago, destino del peregrino,

dos apellidos de fe y dinero
reviven olvidados rencores con atino
y tiñen con su savia el acero.
Del semen rabioso de estas alcurnias,
crecieron dos pretendientes desdichados,
cuyas infelices y fatídicas angustias
sepultaron peligros consumados.
El rumbo de una pasión de final truncado
y una enemistad de melodrama,
que hasta la muerte de sus infantes no ha parado,
será, en este tiempo, nuestra trama.
Si captáis las palabras con delicadeza,
nuestra historia os ahuyentará toda bajeza.
(Sale el PRESENTADOR)
I.i
Plaza del Obradoiro
(Entran SAMUEL y GREGORIO, de traje)

SAMUEL

Gregorio, por mis huevos,
que esta vez no dejo que me jodan.

GREGORIO

¡No! Maricones no somos.

SAMUEL

Pues si nos joden,
les jodemos nosotros.

GREGORIO

Demasiados testigos,
para comenzar la pelea.

SAMUEL

El mínimo gesto en su mirada,
y me lanzo a por ellos.

GREGORIO

Por muy afilados que estén,
los ojos no son suficiente arma
para despertar al templado acero.

SAMUEL

Para mí, un simple guiño,
es motivo para la más sangrienta de las batallas,
si éste viene de los Monteiro.

GREGORIO

Te pones demasiado.
Al menor de tus temblores,
escondes tu rabia
y tragas el deseo de abrir fuego.
Te vuelves y contemplas
la maravilla que tienes delante.

SAMUEL

Los Monteiro me obligan
a mirarlos de frente.
Tengan polla o tetas,
fiarse de ellos, no es lo más acertado.

GREGORIO

Ellos lo hacen.
¿Acaso son más valientes?

SAMUEL

Mas estúpidos, quizás.
Si se fían de nosotros, mejor.
Yo mismo daré muerte a los varones
y me presentaré ante las damas.

GREGORIO

Estás jodidamente loco.
Recuerda que este odio no va con nosotros;
sólo somos unos simples matones.

SAMUEL

Me la trae floja;
soy un mercenario que sirve a quien le paga.
Cuando no quede semen en su linaje,
insuflaré el mío a sus princesas: las desojaré.

GREGORIO

¿Desojar princesas?

SAMUEL

Sí, me abriré camino en sus traseros.
¿Quieres probar?

GREGORIO

Que lo prueben los Monteiro.

SAMUEL

Te lo juro por mis hijos:
no dejaré agujero virgen,
mientras la polla me lo permita.
Nací en la mar,
pero el pescado me hace vomitar.

GREGORIO

Es extraño, pues cara de rape no te falta.
(Entran los MATONES de los Monteiro)
Mantén unidos tus aceros,
los siervos de los Monteiro vienen hacia nosotros.

SAMUEL

Descuida, mis cañones guardarán sus balas.
Tú no desvíes la mirada;
que no crean que les tenemos miedo.

GREGORIO

Mantén la tuya firme;
que no huya y permita
que frio y calor se separen.

SAMUEL

No te preocupes,
dominaré mi ira.

GREGORIO

Me preocupo; el polvo te hace perder la razón
y aliarte con la provocación.

SAMUEL

No me jodas, no soy tan inútil.
Sé que razón significa templanza;
que sean ellos los primeros en golpear.

GREGORIO

Sonreiré a su paso,
y que se traguen su orgullo.

SAMUEL

¡Si tienen cojones!
Yo les guiñaré un ojo;
veremos si les ponen los coños o los pollones.

ABRAHAN

¿Esos piropos son para nosotros?

SAMUEL

¿Piropos?

ABRAHAN

¿Acaso no buscáis a alguien que os de placer?

SAMUEL (Aparte, a Gregorio)

¿Es suficiente para reventarle los huevos
con una de mis envenenadas balas?

GREGORIO (Aparte, a Samuel)

¡No! Deja tus balas para las damas.

SAMUEL

No, mi Rey, no busco placer.
Creo que, con la vuestra,
no calentáis ni a la más puta de “La Boutique”.

GREGORIO

¿Os gusta ver la sangre correr?

ABRAHAN

¿Sangre? ¿Correr?
¡No! Sólo para beber.

SAMUEL

Entonces, saber: crecí ordeñando vacas,
pero, ahora, soy un experto desangrando cornudos.

ABRAHAN

Es evidente, que compañeros de esos no te faltan.

SAMUEL

¡Malditos…!
(Entra BRUNO)

GREGORIO (Aparte, a Samuel)

¡Calla! La sangre podrida fluye hacia nosotros.

SAMUEL

Sí, ya siento
su putrefacto aliento.

ABRAHAN

¡Hijos de puta!

SAMUEL

¡Pelear, si tenéis cojones!
Gregorio, recuerda que tenemos cañones.
(Se pelean)

BRUNO (Empuñando su arma)

¡Quietos! ¡Bastardos!
¿No sabéis que hoy es un día sagrado?
(Entra TELMO)

TELMO (Empuñando su pistola)

¿Te conformas con estúpidos cerebros?
Si quieres alguien de tu calibre,
quédate conmigo y yo te haré libre.

BRUNO (Guardando su arma)

Sólo trato de mantener la paz.
Guarda tu arma o, como yo,
obliga a tus matones a contener su lengua sagaz.

TELMO (Guardando su arma)

Un Monteiro hablando de paz.
Sólo hay tres cosas que odio más que esa palabra:
tú, los Monteiro y su hogar: ¡el infierno!
(Vuelven a pelear. Se unen algunos CIUDADANOS)

CIUDADANOS

¡Muerte a los Capelete! ¡Muerte a los Monteiro!
(Entran CAPELETE y SEÑORA CAPELETE)

CAPELETE

Por la sangre que me da vida,
ese es mi sobrino,
y está luchando con un Monteiro.
Juro por Dios que mis oxidadas balas
pondrán fin a esta riña.

SEÑORA CAPELETE

¿Estás loco? ¿Aquí, a las puertas del cielo?
La plaza está repleta de traidores ojos.
(Entran MONTEIRO y SEÑORA MONTEIRO)

CAPELETE

¡Mi arma!
El demonio levanta la suya contra los míos.

MONTEIRO

¡Bastardo, Capelete!
(A su esposa) Deja que lo mande al garete.

SEÑORA MONTEIRO

A Satán no te entregaré.
No, por mi alma, que no lo haré.
(Entran el ALCALDE y varios POLICÍAS)

ALCALDE

¡Bestias indomables! ¡Siervos de la guerra
que blasfemáis con insultos y camorra!
(Mientras, siguen luchando)
¡Vosotros, salvajes,
que apagáis el calor del imperecedero odio
con vómitos de ira,
en nombre del Señor y de la Ley,
deponed las armas y arrodillaos,
como vulgares delincuentes!
Tres disputas que,
por un guiño, un sonrisa, o nada,
habéis causado tú, Capelete, tú, Monteiro,
y vosotros, siervos del veneno,
tres disputas que han incendiado la tranquilidad
de nuestras calles.
Si provocáis otro altercado,
la cárcel será vuestro hogar.
Ahora, dad gracias a este día.
Tú, Capelete, compartirás asiento y misa conmigo,
y tú, Monteiro, te espero esta tarde en mi casa.
No lo volveré a decir:
los Capelete a los bancos de la derecha,
y los Monteiro a los de la izquierda. ¡Ahora!
(Todos entran en la catedral. Se quedan
MONTEIRO, la SEÑORA MONTEIRO y BRUNO)

MONTEIRO

¿Quién ha sido el hijo de puta que ha empezado esto?
¿Estás bien, sobrino, pareces indispuesto?

BRUNO

No tío, sólo estoy molesto.
Cuando llegué, los perros Capeletes
ya se mordían con los nuestros.
Desenfundé para devolver la paz al día,
pero, sin saber de dónde, insultando nuestro nombre,
con el dedo sobre el gatillo, apareció Telmo.
Enfundé; no quise romper con fuego la pulcra melodía;
pero no hizo caso el maldito superhombre
hasta que llegó el Alcalde y su escuadrón con yelmo.

SEÑORA MONTEIRO

¿Y mi hijo? ¿Has visto a Ramiro?
Doy gracias al Señor,
por haberlo mantenido lejos de esta riña.

BRUNO

No, tía. Anoche no salimos juntos,
pero, minutos antes de que el sol diera brillo a mis ojos,
camino de mi casa, lo vi sobre su moto.
Aunque ésta no es veloz,
el alcohol que guiaba mi mente
no me permitió ir tras él.
Lo llamé, una y otra vez,
pero no quiso escucharme y siguió su marcha.
Por la dirección que llevaba,
debía provenir de la Alameda.

MONTEIRO

Allí debe estar su cama nocturna.
Me han dicho que la comparte
con el viejo sabio de bronce.
Pasa las horas tallando figuras de madera,
y sólo deja de hacerlo
cuando las incontroladas lágrimas le nublan la visión
y él mismo puede ser víctima de su afilado acero.
Pero cuando el sol se asoma,
regresa a su guarida y se esconde del nuevo día.
Huye de mí y de su madre,
y sólo se deja aconsejar por la horrible música
que dibuja en sus camisetas.
Me temo lo peor,
pues, si mi enemigo no acaba con él,
lo harán la tristeza y su veneno.

BRUNO

Por esa última compañía no os preocupéis,
Ramiro no hace uso de él,
pero de la primera…
Mi adorado tío,
¿acaso sabéis el origen de su desconsuelo?

MONTEIRO

No tengo ni idea, sobrino.

BRUNO

¿Os habéis sincerado con él,
de hombre a hombre
y no de padre a hijo?

MONTEIRO

Sí, mi querido Bruno,
y también su madre lo ha hecho,
pero es más testarudo que el mulo del abuelo.
Guarda sus pesares en su oculto interior,
y ha obligado a su lengua a prometerle silencio.
Créeme, si supiera a qué se debe semejante melancolía,
ni siquiera las balas de mi enemigo me detendrían.
(Entra RAMIRO)

BRUNO

Hablando de Roma…
No os preocupes, id a la misa.
Si todavía confía en mí,
me confesará el porqué de su congoja.

MONTEIRO

No te las des de adivino,
creo que prefiere un amigo a un padrino.
Vamos, Señora, el Alcalde nos espera… y no con vino.
(Salen MONTEIRO y SEÑORA)

BRUNO

Buenos días tengas, primo del alma.
¿Hace una Estrella?

RAMIRO

¿Es hora de tomarla?

BRUNO

Las campanas han dado las doce.

RAMIRO

¡Oh, qué largo es el día,
cuando se desea que este llegue a su fin!
Tarde iban mis padres a ofrecer sus plegarias.

BRUNO

Nunca es tarde para eso,
si se cree en ellas.
Pero, dime:
¿Qué coño se atreve a dilatar las horas del joven Ramiro?

RAMIRO

Algo que si él poseyera,
haría que los minutos fueran segundos,
que los días se quedaran en horas,
y la vida en un instante.

BRUNO

¡Imagino que tendrá buenas tetas!

RAMIRO

Y una dulzura sólo digna de las Vírgenes.

BRUNO

¡Mierda! ¡Estás pillao!

RAMIRO

¡Estoy muerto!

BRUNO

¿De follar?

RAMIRO

De esperar,
y de rezar para que, al menos,
se fije en mi persona.

BRUNO

¡Oh, una dama que no se ha fijado
en el pequeño Monteiro,
o es forastera o es bollera!
¿Por qué es injusto el Señor?

RAMIRO

Sí, ¿por qué no le ha concedido ojos al desamor?
Así, ella sería cómplice de quien se desespera.

BRUNO

Te lo he dicho: es bollera.

RAMIRO

No digas estupideces,
o te daré lo que mereces.
Diría que es ciega,
y que por eso no se entrega.

BRUNO

Yo la llamaría: mujeriega.

RAMIRO

Si no fueras el hijo de mi tía,
con mis propias manos, te ahogaría.

BRUNO

¿Por qué? ¿Por protegerte?

RAMIRO

No, por esconderte,
y no hablarme de lo que aquí ha ocurrido.
No me lo cuentes;
la ciudad es pequeña y las voces son rápidas.
En mí, reina la ira,
pero el amor le supera.
¡Oh, puto amor peligroso! ¡Oh, puta ira cariñosa!
¿Cómo puedo compartiros?
A ti, odio, te detesto por causarme temor;
y a ti, amor, te aborrezco por engendrarme dolor.
¡Oh, gilipollas de mí!
He caído enamorado, sin conseguir enamorar.
¡No veo la sonrisa en tu rostro!

BRUNO

Sin embrago, pronto verás las jodidas lágrimas.

RAMIRO

¿Por qué, lágrimas?

BRUNO

Porque desbordas infelicidad.

RAMIRO

Así es el puto amor: impotencia y debilidad.
Pero mi pena mayor será,
si ésta, en ti, causa esa humedad.
¿Qué es, sino el amor?
¡Narcótico defectuoso!
¡Tormento victorioso!
¡Sagrada recompensa!
Adiós, primo, mi amada me espera.

BRUNO

No tan deprisa, Calavera.
No es justo que me dejes con esta cojera.

RAMIRO

¿Cojera? ¡Quieres decir: rumiar la mollera!
¡Qué importa! Ramiro ya no es Ramiro,
sólo es un suspiro.

BRUNO

No hables como los locos y dime:
¿Quién es la afortunada que desconoce su fortuna?

RAMIRO

¡Ah! ¿Por qué te empeñas en verme llorar?

BRUNO

¿Llorar? No, de verdad, sólo pretendo ayudar.

RAMIRO

No pidas al loco que haga uso de la razón,
cuando, hacerlo, le provoca más locura.
No te miento, primo:
ella es mi razón y mi locura.

BRUNO

Ya imaginaba yo,
al ver que ni de día ni de noche dormías.

RAMIRO

Por cierto, tiene buenas tetas, como decías.

BRUNO

¡Oh, fatídica amargura;
si la razón es bella, la locura perdura!

RAMIRO

Es bella y es dulzura,
elegante y galante,
joven y madura,
música y cantante
de rock triunfante.
Desconozco su cuna,
pero, sin duda, del dinero es hija.

BRUNO

¡Ah, que encima es pija!
Pija y rock; juraría que no comparten acera,
a no ser que, como te he dicho, sea bollera.
Pasa de su hermosura,
y busca una que te la ponga dura.

RAMIRO

Tendré que empezar a rezar.

BRUNO

Rezar y follar tampoco comparten acera, ¿o sí?
Tú no necesitas ser piadoso, ni educado, ni artista;
con la papela llena, no hay tanga que se resista.

RAMIRO

Pero no sé si cumpliré.
Puedo intentar olvidar,
pero dudo que mi mente me deje actuar.
Puedo querer, pero no desear.
Ni la más bella entre las bellas
me hará despreciar su salero.

BRUNO

¡Ya! Ni sus tetas ni su trasero.
Si es así, probemos con las putas
y su experto semillero.
(Salen TODOS)